MIS AMADOS ZAPATOS VIEJOS
Nuevamente me encuentro en esa, para mí,
muy incómoda situación de tener que reconocer que mis zapatos, mis amados
zapatos viejos, cafés de ante, comodísimos y cada día más cómodos al paso de
los kilómetros andados tienen que pasar al baúl de los recuerdos.
Mis amados zapatos viejos tienen ya la
capacidad de reconocer el sabor del chicle que piso, la suela tiene una grieta
que me llega a las rodillas… imposible (según los cánones sociales) seguir
andando con ellos.
Y aclaro que no es una situación incómoda
por el posible sentido de pérdida o duelo al tener que olvidar a mis amados
zapatos viejos y por la romántica posibilidad de recordar cada metro y aventura
recorrida en el momento en que decida no usarlos más (¡¡¡qué difícil es decidir
no usar más un par de zapatos cuando ya son absolutamente cómodos y se han
amoldado perfectamente a mis pies y mis andanzas!!!).
Cada vez que tengo la terrible necesidad de
prescindir de un par de zapatos viene a mi mente mi fuerte aversión a meterme
en una tienda, cualquier tienda, a comprar cualquier cosa y especialmente ropa
o calzado.
Aquellos que me conocen y han tenido “la
fortuna” de acompañarme a comprar ropa o calzado saben que es para mí una actividad
realmente molesta y que poco entiendo y acepto. Al final he aprendido a verlo
como una obligación de vida porque la vida no me permite ir por la calle sin
ropa o, por lo menos, sin zapatos.
Lo de la ropa puedo entenderlo pero no
entiendo porque no puedo ir por la calle sin zapatos. ¿Por qué resulta
socialmente inaceptable?, ¿Por qué no puedo gozar con los pies la textura de
las calles, de la alfombra de mi oficina, de mi casa, la sensación de humedad
cuando llueve o cuando piso el pasto del jardín?, ¿Por qué tengo que llevar los
pies prisioneros en una celda de piel o material sintético?. Al final deben
saberlo, amo estar descalzo cuando puedo estarlo.
Me cuesta trabajo entrar a una tienda,
llegar al área de zapatería y recibir la lluvia de decenas de vendedores que no
me dejan hacer, en paz, mi primera selección visual y me inundan de preguntas
que ni yo sabía que existían… ¿Qué color?, ¿Qué talla?, ¿bostonianos, botas,
mocasines…?, Si necesita algo me avisa, ¿le puedo ayudar?, ¿con agujetas o sin
agujetas?, ¿chispas de chocolate o relleno cremosito?, ¿salsa verde o roja?...
Damas y Caballeros que hacen su trabajo de
ventas con un profesionalismo increíble… yo soy un bicho raro… no tengo la
menor idea del sabor de mi nuevo par de zapatos… y lo único que logran al
intentar ayudarme es ahuyentarme y obligarme a ir de tienda en tienda hasta
llegar a aquella en donde nadie me haga caso y entonces me retiro porque nadie
me atiende…
Mis amados zapatos viejos siempre están en
condiciones perfectas para mi, rotos, con hoyos, con cicatrices de las miles de
batallas que andamos juntos, empolvados, flojos y seguramente con forma de
chalupa de Xochimilco… pero son Mis Amados Zapatos Viejos, esos que uso para
todo y en todos lados, con traje, con jeans, con casual… para el deporte tengo
mis Amados Tenis Viejos y es la misma historia pero en sport.
A pesar de saber que tengo la fortuna de
usar zapatos, de tener el privilegio de contar con un trabajo que me permite
cambiar de zapatos cada vez que lo necesito y agradecer a la vida por la
posibilidad de llegar a cualquier tienda, encontrar el par perfecto y comprarlo
en ese momento, el simple hecho de pensar DEBER cambiar, tener que cambiar Mis
Amados Zapatos Viejos es una de las actividades que definitivamente no
disfruto.
Ir descalzo por el mundo, a pesar de
atentar contra la industria del calzado, debe ser algo que deberíamos intentar
permitiéndonos gozar el contacto directo con el mundo y la libertad de
sensaciones que hemos dejado aprisionadas dentro de un par de zapatos aunque
estos zapatos sean Mis Amados Zapatos Viejos.
"Verás que la felicidad se expande, la
sonrisa se vuelve
pandémica y la vida se hace mejor."
Un abrazo
Gerardo González Guzmán
@DoktorVakero