miércoles, 28 de noviembre de 2012

Mis Amados Zapatos Viejos


 
 
MIS AMADOS ZAPATOS VIEJOS
 
Nuevamente me encuentro en esa, para mí, muy incómoda situación de tener que reconocer que mis zapatos, mis amados zapatos viejos, cafés de ante, comodísimos y cada día más cómodos al paso de los kilómetros andados tienen que pasar al baúl de los recuerdos. 
 
Mis amados zapatos viejos tienen ya la capacidad de reconocer el sabor del chicle que piso, la suela tiene una grieta que me llega a las rodillas… imposible (según los cánones sociales) seguir andando con ellos.
 
Y aclaro que no es una situación incómoda por el posible sentido de pérdida o duelo al tener que olvidar a mis amados zapatos viejos y por la romántica posibilidad de recordar cada metro y aventura recorrida en el momento en que decida no usarlos más (¡¡¡qué difícil es decidir no usar más un par de zapatos cuando ya son absolutamente cómodos y se han amoldado perfectamente a mis pies y mis andanzas!!!). 
 
Cada vez que tengo la terrible necesidad de prescindir de un par de zapatos viene a mi mente mi fuerte aversión a meterme en una tienda, cualquier tienda, a comprar cualquier cosa y especialmente ropa o calzado. 
 
Aquellos que me conocen y han tenido “la fortuna” de acompañarme a comprar ropa o calzado saben que es para mí una actividad realmente molesta y que poco entiendo y acepto. Al final he aprendido a verlo como una obligación de vida porque la vida no me permite ir por la calle sin ropa o, por lo menos, sin zapatos. 
 
Lo de la ropa puedo entenderlo pero no entiendo porque no puedo ir por la calle sin zapatos. ¿Por qué resulta socialmente inaceptable?, ¿Por qué no puedo gozar con los pies la textura de las calles, de la alfombra de mi oficina, de mi casa, la sensación de humedad cuando llueve o cuando piso el pasto del jardín?, ¿Por qué tengo que llevar los pies prisioneros en una celda de piel o material sintético?. Al final deben saberlo, amo estar descalzo cuando puedo estarlo. 
 
Me cuesta trabajo entrar a una tienda, llegar al área de zapatería y recibir la lluvia de decenas de vendedores que no me dejan hacer, en paz, mi primera selección visual y me inundan de preguntas que ni yo sabía que existían… ¿Qué color?, ¿Qué talla?, ¿bostonianos, botas, mocasines…?, Si necesita algo me avisa, ¿le puedo ayudar?, ¿con agujetas o sin agujetas?, ¿chispas de chocolate o relleno cremosito?, ¿salsa verde o roja?... 
 
Damas y Caballeros que hacen su trabajo de ventas con un profesionalismo increíble… yo soy un bicho raro… no tengo la menor idea del sabor de mi nuevo par de zapatos… y lo único que logran al intentar ayudarme es ahuyentarme y obligarme a ir de tienda en tienda hasta llegar a aquella en donde nadie me haga caso y entonces me retiro porque nadie me atiende… 
 
Mis amados zapatos viejos siempre están en condiciones perfectas para mi, rotos, con hoyos, con cicatrices de las miles de batallas que andamos juntos, empolvados, flojos y seguramente con forma de chalupa de Xochimilco… pero son Mis Amados Zapatos Viejos, esos que uso para todo y en todos lados, con traje, con jeans, con casual… para el deporte tengo mis Amados Tenis Viejos y es la misma historia pero en sport. 
 
A pesar de saber que tengo la fortuna de usar zapatos, de tener el privilegio de contar con un trabajo que me permite cambiar de zapatos cada vez que lo necesito y agradecer a la vida por la posibilidad de llegar a cualquier tienda, encontrar el par perfecto y comprarlo en ese momento, el simple hecho de pensar DEBER cambiar, tener que cambiar Mis Amados Zapatos Viejos es una de las actividades que definitivamente no disfruto.
 
Ir descalzo por el mundo, a pesar de atentar contra la industria del calzado, debe ser algo que deberíamos intentar permitiéndonos gozar el contacto directo con el mundo y la libertad de sensaciones que hemos dejado aprisionadas dentro de un par de zapatos aunque estos zapatos sean Mis Amados Zapatos Viejos. 
 
"Verás que la felicidad se expande, la sonrisa se vuelve
pandémica y la vida se hace mejor."
 
Un abrazo
 
Gerardo González Guzmán
@DoktorVakero